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Odnośniki

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en una burda cesta que había entretejido con lianas delgadas y forrado con hojas
grandes. Sólo podía hacer esto mordiendo las lianas de un modo que hubiera repugnado
a los resistentes, así que estuve contento de que no pudieran verme. Un resistente me
había dicho, años antes, que se suponía que nosotros, los oankali y los construidos,
éramos seres superiores, pero que insistíamos en actuar como animales. Extrañamente,
ambas ideas parecían molestarle.
Tomé mi cesta de comida y fui silenciosamente hasta el campamento de Jesusa y
Tomás. Era ya oscuro, y habían construido un pequeño refugio y prendido un fuego. El
fuego aún ardía, pero ya se habían echado en sus jergones. La respiración acompasada
de Jesusa me decía que dormía, pero Tomás yacía despierto. Su ojo estaba abierto, pero
no me vio hasta que estuve a su lado.
Entonces, antes de que pudiera levantarse, antes de que pudiera gritar, estuve
agachado junto a él, una mano sobre su boca, la otra en su mano obligándole a mantener
aferrado, pero quieto, el machete.
 Khodahs  susurré, y dejó de debatirse y me miró.
 ¡No puedes ser tú!  musitó, cuando le dejé hablar. Se acordaba de un Khodahs
escamoso, como un reptil humanoide. Pero yo no podía haber permanecido al alcance de
su olor durante cuatro días y seguir con aquel aspecto. Ahora tenía la piel oscura y
cabellos negros, y pensaba que era muy posible que tuviese el aspecto que tendría
Tomás cuando yo lo curase. Él era a quien yo había tocado y estudiado.
Me dejó tomar el machete de su mano y dejarlo a un lado. Yo ya tenía varios tentáculos
corporales unidos a su sistema nervioso. Lo puse a dormir, de forma que pudiese
ocuparme de Jesusa antes de que ella se despertase.
Desde el momento en que le había dicho mi nombre, ya no había tenido miedo.
 ¿Me curarás?  me susurró, en los últimos instantes de consciencia.
 Lo haré  le prometí . Del todo.
Cerró su ojo, confiándose a mí de un modo que hizo que me resultase difícil retirarme
de él y volverme para ocuparme de Jesusa.
Cuando me volví, casi era demasiado tarde: ella estaba despierta, con sus ojos llenos
de confusión y terror. Se echó hacia atrás mientras yo me volvía, y casi apretó el gatillo
del rifle que tenía en sus manos.
 Soy Khodahs  le dije.
Me disparó.
La bala me traspasó uno de los corazones, y apenas si pude contenerme para no
abalanzarme instintivamente sobre ella y matarla de un aguijonazo. Le arranqué el arma
de entre las manos y la lancé contra un árbol cercano. Se partió en pedazos, la culata de
madera se astilló y separó del metal, y éste se dobló.
Agarré sus muñecas para que no pudiese correr. No me atrevía a ponerla a dormir,
pues no confiaba en mis capacidades hasta que no tuviera mi propio problema bajo
control.
Ella luchó por soltarse y gritó a Tomás que se despertase y la ayudase. Consiguió
morderme en dos ocasiones, logró darme una patada entre las piernas..., pero entonces
dejó de debatirse por un momento, para absorber la realidad de que en mi entrepierna
sólo había piel lisa, y que una patada en tal lugar no me molestaba en lo más mínimo.
Se retorció desesperadamente y trató de arrancarme los ojos. La seguí aferrando.
Tenía que mantenerla sujeta. Ella no podía ver en la oscuridad. Podía correr por el oscuro
bosque y hacerse daño..., o llegar hasta la orilla del río y caer por el empinado farallón
que había allí. O quizás intentase dispararme de nuevo con lo que quedaba del fusil, o
usar el machete contra mí. No podía dejar que se hiciera daño, o quizás intentara
hacérmelo de nuevo a mí, y que esta vez me obligase a matarla. Nada sería más
irracional que aquello.
De repente dejó de debatirse, y se quedó mirando una de las heridas que me había
hecho en el brazo izquierdo. A la luz de la hoguera, incluso sus ojos humanos podían ver
cómo se estaba cicatrizando, y esto pareció fascinarla. Miró hasta que no quedó señal
visible de la herida..., sólo una pequeña mancha de sangre y saliva.
 También estás haciendo eso por dentro  afirmó, más que preguntó . Te estás
curando la herida.
Me recosté, arrastrándola conmigo. Se quedó echada, de cara a mí, contemplándome
con miedo y desconfianza.
 Puedo curarme a mí mismo casi tan bien como la mayoría de adultos  le expliqué
. En cambio, aún no soy muy bueno en controlar mi dolor.
Ella pareció preocupada, pero luego endureció deliberadamente su expresión.
 ¿Qué es lo que le has hecho a Tomás?
 Sólo está dormido.
 ¡No! Hubiera despertado... [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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