Odnośniki
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nervioso, ya que Juan Wynyard, sin haber podido captar el tema de las conversaciones, le había informado de los frecuentes coloquios mantenidos durante la última parte del trayecto entre el rey, Montaigu y varios jóvenes Lores. Mortimer se encolerizó con sir Eduardo Bohun, vicealcaide del castillo, quien estaba encargado de organizar el alojamiento y que, según la costumbre, había previsto instalar a los grandes señores en el mismo castillo. -¿Con qué derecho, y sin consultarme, habéis preparado apartamentos tan próximos a los de la reina madre? -exclamó Mortimer. -Creía, my Lord, que el conde de Lancaster... -El conde de Lancaster, igual que los otros, deberá alojarse a una milla al menos del castillo... -¿Y vos, my Lord? Mortimer frunció el entrecejo como si esta pregunta fuera una ofensa. -Mi apartamento estará al lado del de la reina madre, y cada noche le haréis enviar por el condestable las llaves del castillo. Eduardo Bohun se inclinó. A veces hay prudencias funestas. Mortimer quería evitar que se comentara el estado de la reina madre; quería sobre todo aislar al rey, lo cual permitió a los jóvenes Lores reunirse y concertarse mucho más libremente, lejos del castillo y de los espías de Mortimer. Lord Montaigu reunió a los amigos que le parecían más decididos, jóvenes que en su mayoría estaban entre los veinte y los treinta años: los Lores de Molins, Hufford, Stafford, Clinton, así como Juan Nevíl de Horneby y los cuatro hermanos Bohun, Eduardo, Humphrey, Guillermo y Juan, este último conde de Hereford y de Esex. La juventud formaba el partido del rey. Tenían la aprobación de Enrique de Lancaster, e incluso más que su aprobación. En cambio, Mortimer residía en el castillo en compañía del canciller Burghersh, de Simon Bereford, de Juan Monmouth, Juan Wynyard, Hugo Turplington y Maltravers, a quienes consultaba sobre la forma de contrarrestar la nueva conjuración. El obispo Burghersh se daba cuenta de que el viento soplaba de distinto lado y se mostraba menos vehemente en la severidad; respaldado en su dignidad eclesiástica, predicaba el acuerdo. En otra época había sabido pasar a tiempo del partido de los Despenser al de Mortimer. -Basta de detenciones, procesos y sangre -argüia-. Tal vez algunas concesiones en tierras, honores o dinero... Mortimer lo interrumpió con la mirada, que aún hacia temblar; el obispo de Lincoln se callo. A la misma hora, Lord Montaigu se entrevistaba en privado con Eduardo III. -Os suplico, mi noble rey -le decía-, que no toleréis por más tiempo las insolencias e intrigas de un hombre que hizo asesinar a vuestro padre, decapitar a vuestro tío y que ha corrompido a vuestra madre. Hemos jurado derramar hasta la última gota de sangre para libraros de él. Estamos 73 Librodot 74 Librodot Los reyes malditos VI - La flor de lis y el león Maurice Druon dispuestos a todo pero tendriamos que actuar de prisa y penetrar en número bastante grande en el castillo en el que ninguno de nosotros se halla alojado. El joven rey reflexionó un momento. -Ahora sé, Guillermo, que os quiero bien -respondió agradecido. No dijo «que me queréis bien». Disposición de ánimo verdaderamente real; no dudaba de que se le quisiera servir; lo importante para el era conceder a sabiendas su confianza y afecto. -Iréis, pues -continuó-, a ver al condestable del castillo, sir Guillermo Eland, en mi nombre, y le rogaréis por orden mía que os obedezca en lo que le pidáis. -Entonces, my lord., ¡que Dios nos ayude! -exclamó Montaigu. Todo dependía ahora de ese Eland, de que fuera convencido y de su lealtad; si revelaba la visita de Montaigu, los conjurados y tal vez el propio rey estaban perdidos. Pero sir Eduardo Bohun garantizaba que Eland abrazaría la causa del rey, aunque sOlo fuera por el trato de criado que le daba Mortimer desde su llegada a Nottingham. Guillermo Eland no decepcionó a Montaigu; le prometió obedecer sus órdenes en todo lo que pudiera, y juró guardar elsecreto. -Puesto que estáis con nosotros, entregadme esta noche las llaves del castillo. -My Lord -respondió el condestable-, sabed que rastrillos y puertas se cierran cada noche con llaves que debo entregar a la reina madre, quien las oculta bajo la almohada hasta la mañana siguiente. Os comunico también que la guardia habitual del castillo ha sido relevada y reemplazada por cuatrocientos hombres de las tropas personales de Lord Mortimer... Montaigu vio desaparecer toda esperanza. -Sin embargo, conozco un pasadizo secreto que conduce hasta el castillo -prosiguió Eland-. Es un subterráneo que data de los sajones, quienes lo construyeron para escapar de los daneses, cuando estos devastaron todo el país. Este subterráneo no lo conoce la reina Isabel, ni Mortimer, ni su gente, a quienes no quise mostrárselo; termina en el centro del castillo, en el keep, y por allí se puede penetrar sin que nadie lo advierta. -¿Pero cómo encontraremos su entrada en el campo? -Yo estaré con vos, my Lord.
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