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Odnośniki

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sobre ciertos editores demasiado tacaños para tener uno reservado a las róbix.
El editor bajito y moreno se puso serio.
 Aunque para usted debió resultar muy duro ver cómo linchaban a sus hermanas las
máquinas.
 No, señor Flaxman. Se lo digo sinceramente  respondió el robot sin vacilar . La
verdad es que nunca me han gustado las máquinas redactoras ni cualesquiera otras que
sean todo cerebro, sin capacidad para moverse. No tienen conciencia, sólo ciega
creatividad. Ensartan símbolos como abalorios y tejen palabras como lana. Son
monstruosas, me asustan. Usted las llama hermanas mías, pero yo las considero
antirrobots.
 Es raro, teniendo en cuenta que tanto las máquinas de redactar como usted son
escritores.
 No tiene nada de raro, señor Flaxman. Realmente soy un escritor, pero por mi propia
voluntad. Me considero un lobo solitario, como los escritores humanos de los antiguos
tiempos, antes de la Era de los Editores que el señor Cullingham ha mencionado. Al igual
que todos los robots libres estoy autoprogramado, y como sólo escribo novelas de robots
para robots, nunca he funcionado bajo dirección editorial humana... Lo cual no significa
que no esté dispuesto a admitirla en determinadas circunstancias.
Dedicó un afectuoso ronroneo a Cullingham y luego paseó por la sala la mirada de su
único ojo, grande y oscuro, con aire pensativo.
 Me refiero a circunstancias como las actuales, caballeros: con todas las máquinas
redactoras destruidas, y no pudiendo contar con los escritores humanos, los autores
robots somos los únicos creadores literarios del Sistema Solar.
 ¡Ah, sí! ¡Las máquinas de redactar están destruidas!  dijo Flaxman con una sonrisa,
mirando a Cullingham y frotándose las manos.
 Estaría dispuesto a aceptar las indicaciones del señor Cullingham en cuanto afecta a
la descripción de sentimientos humanos  continuó el robot rápidamente , y autorizaré
que su nombre aparezca junto al mío, en letras del mismo tamaño. «Por Zane Gort y G. K.
Cullingham», suena bien. Y también nuestras fotografías, en la tapa posterior, una al lado
de la otra. Con toda seguridad, los humanos aceptarían a los autores robots si hubieran
coautores humanos..., al menos para empezar. Y en cualquier caso los robots somos
mucho más semejantes a los humanos que esas anónimas máquinas redactoras.
 ¡Óiganme un momento, todos ustedes!
La exclamación de Gaspard fue un rugido que sobresaltó a Flaxman e hizo que
Cullingham frunciera levemente el entrecejo. El literato miró a su alrededor como un flaco
y desaliñado oso. Volvía a estar furioso, irritado por la incomprensible conducta de
Flaxman y Cullingham. Como antes, su ira fue el combustible que le proporcionó la
energía necesaria para enfrentarse a lo desconocido.
 Cierra el pico, Zane  gruñó . Miren, señores Efe y Ce. Cada vez que alguien
menciona la destrucción de las máquinas redactoras, se comportan ustedes como si
estuvieran sentados a la mesa el día de Navidad. Sinceramente, si no supiera que sus
máquinas fueron destruidas con las demás, creería, que ustedes dos, granujas...
 ¡Un respeto, Gaspard!
 ¡No me interrumpa! ¡Ah! Lo sé: cualquier cosa por la antigua Rccket House; nosotros
somos unos héroes y ustedes un par de santos, pero esto no cambia la verdad. Pues
ahora digo que sospecho que ustedes dos han maquinado todo esto. Tal vez no les
importe que la Rocket salga también perjudicada... Díganme, ¿estaban metidos en esto?
Flaxman se arrellanó en su asiento, sonriendo.
 Simpatizábamos con ello, Gaspard. Sí, digamos que nos sentimos solidarios de los
escritores, de su amor propio herido y su anhelo de autoexpresión. No podíamos
intervenir activamente, desde luego, pero simpatizábamos.
 ¿Con ese hatajo de melenudos vociferantes? ¡Bah! No, ustedes planean algo más
práctico. Déjenme pensar.  Sacó su pipa de coral y empezó a cargarla, pero de súbito
arrojó al suelo la pipa y la bolsa de tabaco . ¡Al diablo con mi «imagen pública»! 
exclamó, alargando la mano sobre el escritorio . ¡Denme un cigarrillo!
La petición cogió desprevenido a Flaxman, pero Cullingham se inclinó y la atendió con
amabilidad.
 Vamos a ver  empezó Gaspard, tras dar una larga chupada al cigarrillo . ¿Es
posible que hayan concebido realmente el descabellado plan (con perdón, Zane) de que
los robots escriban libros para los humanos? No; no es posible, porque prácticamente
todas las editoras publican libros de robots y tienen uno o más de ellos en su nómina,
todos deseosos de conquistar mercados más amplios...
 Hay muchas clases de autores robots  observó Zane Gort, ofendido . No todos
son tan dóciles, ni tienen tantos recursos, ni gozan de tan buenas relaciones entre los no
robóticos...
 ¡Cierra el pico, he dicho! No; ha de ser algo que la Rocket House tiene y las demás
editoras no. ¿Máquinas ocultas? Yo me habría enterado; no soy tan tonto. ¿Quizás un
equipo de «negros» capaces de producir libros de una calidad aproximada a los de las
máquinas redactoras? Eso me lo creeré cuando Hornero Hemingway haya aprendido el
alfabeto. ¿Qué, entonces? ¿Extraterrestres...? ¿Extrasensoriales...? ¿Escritores
automáticos sintonizados con el Infinito...? ¿Psicópatas brillantes bajo algún tipo de
dirección...?
Flaxman se inclinó hacia delante.
 ¿Se lo decimos, Cully?
El hombre alto y rubio reflexionó en voz alta.
 Gaspard cree que somos un par de granujas, pero en el fondo es leal a la Rocket
House.
Gaspard asintió a regañadientes.
 Nosotros hemos publicado en bobina todas las epopeyas de Zane, desde Acero
desnudo hasta El hijo del Ciclotrón Negro. En dos ocasiones quiso cambiar de editores...
Zane Gort hizo un ligero ademán de sorpresa.
 Las dos veces se ha visto chasqueado. Sea como fuese, necesitaremos ayuda en la [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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