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Témese, con razón, que sea exagerado el número, pues consta por los demás
escritores que los ciudadanos Atenienses que podían votar en sus asambleas
solían ser veinte mil únicamente.
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Reprende Plutarco este pasaje de Herodoto como si abominara de las naves
que levantaron bandera para la libertad de la Grecia; pero nuestro autor no las
llama autoras, sino principio y como señal de tantos desastres como sucedie-
ron, originados de la rebelión jónica y de la ambición persiana".
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Heródoto de Halicarnaso donde los libros son gratis
tado contra el rey, abiértoseos ha la puerta para que salvos os volváis a
vuestra patria. A vuestra cuenta correrá, pues, el viaje hasta el mar;
desde las costas dejadlo todo a nuestro cuidado.» No bien los Peones
acabaron de oir el recado, cuando alegres como si el cielo se les abrie-
ra, cargando los más con sus hijos y mujeres, se fueron huyendo luego
hacia las playas, bien que unos pocos, sobrecogidos de miedo, se que-
daron en su aldea. Llegados al agua, se embarcaron para Quio, donde
estaban ya seguros, cuando la caballería persa les iba siguiendo las
pisadas a fin de cogerles. Viendo, pues, que no habían podido darles
alcance, envíanles una orden a Quio para que vuelvan otra vez; pero
los Peones, no haciendo caso de los Persas, fueron conducidos por los
de Quio hasta Lesbos, y por los de Lesbos hasta Dorisco, desde donde,
caminando por tierra, dieron la vuelta a Peonia.
XCIX. Entretanto, los Atenienses llegan a Mileto con sus veinte
naves, llevando en su armada cinco galeras de Eretria, las que no mili-
taban en atención a los de Atenas, sino en gracia de los mismos Mile-
sios, a quienes volvían entonces su vez los Eretrios, pues antes habían
éstos sido socorridos por los de Mileto en la guerra que tuvieron contra
los Ucidenses, a quienes asistían los Samios contra Eretrios y Milesios.
Llegados a Mileto los mencionados, y juntos asimismo los demás de la
confederación jónica, emprende Aristagoras una jornada hacia Sardes,
no yendo él allá en persona, sino nombrando por sus generales a otros
Milesios, los cuales fueron dos, uno su mismo hermano Caropino y el
otro Hermofanto, uno de los ciudadanos de Mileto.
C. Llegó a Efeso la armada, donde dejando las naves en un lugar
de aquella señoría llamado Coposo, iban desde allí los Jonios subiendo
tierra adentro con un ejército numeroso, al cual servían de guías los
Efesios. Llevaban su camino por las orillas del río Caistro, y pasado el
monte Tmolo, se dejaron caer sobre Sardes74, de la cual de cuanto en
ella había se apoderaron sin la menor resistencia; pero no tomaron la
fortaleza, que cubría con no pequeña guarnición el mismo Artafernes.
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Los nueve libros de la historia donde los libros son gratis
CI. Tomada ya la ciudad, un acaso estorbó que se entregara al sa-
queo. Eran hechas de caña la mayor parte de las casas de Sardes, y de
cañas estaban cubiertas aun las construidas de ladrillo. Quiso, pues, la
fortuna que a una de ellas pegase fuego un soldado. Prendiendo luego
la llama, fue corriendo el incendio de casa en casa hasta apoderarse de
la ciudad entera. Ardía ya toda, cuando los Libios y cuantos Persas se
hallaban dentro, viéndose cerrados por todas partes con las llamas que
tenían rodeados ya los extremos de la ciudad, y no dándoles el fuego
lugar ni paso para salirse fuera, fuéronse retirando y recogiendo hacia
la plaza y orillas del Pactolo75, río que llevando en sus arenas algunos
granitos de oro, y pasando por medio de la plaza, va a juntarse con el
Hermo, que desagua en el mar. Sucedió, pues, que la misma necesidad
forzó a Lidios y Persas, juntos allí cerca del Pactolo, a defenderse de
los enemigos; y como viesen los Jonios que algunos de aquellos les
hacían ya, en efecto, resistencia, y que otros en gran número venían
contra ellos, poseídos de miedo fueron retirándose en buen orden hacia
el monte que llaman Tmolo, y de allí, venida ya la noche, partieron de
vuelta hacia sus naves.
CII. En el incendio de Sardes quedó abrasado el templo de Cibebe,
diosa propia y nacional; pretexto de que se valieron los Persas en lo
venidero para pegar fuego a los templos de la Grecia76. Los otros Per-
sas que moraban de estotra parte del Halis, al oír lo que en Sardes
estaba pasando, unidos en cuerpo de ejército, acudieron al socorro de
los Lydios; pero no hallando ya a los Jonios en aquella capital y si-
guiendo sus pisadas, los alcanzaron en Efeso. Formáronse los Jonios en
filas y admitieron la batalla que los Persas les presentaban; pero fueron
de tal modo rotos y vencidos, que muchos murieron en el campo a
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Llámase ahora el Caistro Minderscare y también Carason: el monte Tmolo,
el Tomalitze, y Sardes la pequeña aldea de Sardo. La toma de esta antigua
capital es hazaña atribuida por unos a los Atenienses y por otros a los Eretrios.
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El moderno Sarabat, nombre que se da también al Hermo.
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Mero pretexto, sin duda: pues los persas abrazaron en Egipto muchos tem-
plos, guiados por su principio religioso de que a los dioses no debía encerrár-
seles entre paredes.
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Heródoto de Halicarnaso donde los libros son gratis
manos del enemigo. Entre otros guerreros de nombre que allí murieron,
uno fue el jefe de los Eretrios, llamado Euálcides, aquel atleta que en
las justas Coronarias había ganado en premio público la corona y había
por ello merecido que Simonides Ceio lo subiera a las nubes. Los otros [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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