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Odnośniki

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Duérmete mi Reina sobre el regazo de tu Alicia. Has que esté lista la merienda
tendremos tiempo para una siesta. Y cuando se acabe la fiesta nos iremos todas a
bailar: La Reina blanca, y la Reina roja,
Alicia y todas las demás.
-Y ahora que ya sabes la letra -añadió recostando la cabeza sobre el otro hombro
de Alicia-no tienes más que cantármela a mí; que también me está entrando el
sueño-. Un momento después, ambas reinas se quedaron completamente dormidas,
roncando sonoramente.
-Y ahora, ¿qué hago? -exclamó Alicia, mirando a uno y a otro lado, llena de
perplejidad a medida que primero una redonda cabeza y luego la otra rodaban
desde su hombro y caían sobre su regazo como un pesado bulto.
-¡No creo que nunca haya sucedido antes que una tuviera que ocuparse de dos
reinas dormidas a la vez! ¡No, no, de ninguna manera, nunca en toda la historia
de Inglaterra! ... Bueno, eso ya sé que nunca ha podido ser porque nunca ha
habido dos reinas a la vez. ¡A despertar pesadas! -
continuó diciendo con franca impaciencia; pero por toda respuesta no recibió más
que unos amables ronquidos.
Los ronquidos se fueron haciendo cada minuto más distintos y empezaron a sonar
más bien como una canción: por último Alicia creyó incluso que podía percibir
hasta la letra y se puso a escuchar con tanta atención que cuando las dos
grandes cabezas se desvanecieron súbitamente de su regazo apenas si se dio
cuenta.
Se encontró frente al arco de una puerta sobre la que estaba escrito «REINA
ALICIA», en grandes caracteres; y a cada lado del arco se veía el puño de una
campanilla: bajo una de ellas estaba escrito «Campanilla de visitas» y bajo el
otro «Campanilla de servicio». -Esperaré a que termine la canción -pensó Alicia-
y luego sonaré la campanilla de..., de..., ¿pero cual de las dos? -continuó muy
desconcertada por ambos carteles-. No soy una visita y tampoco soy del servicio.
En realidad lo que pasa es que debiera de haber otro que dijera «Campanilla de
la reina»...
Justo entonces la puerta se entreabrió un poco y una criatura con un largo pico
asomó la cabeza un instante, sólo para decir: -¡No se admite a nadie hasta la
semana después de la próxima! -y desapareció luego dando un portazo.
Durante largo rato Alicia estuvo aporreando la puerta y sonando ambas
campanillas, pero en vano. Por último, una vieja rana que estaba sentada bajo un
árbol, se puso en pie y se acercó lentamente, renqueando, hacia donde estaba.
Llevaba un traje de brillante amarillo y se habia calzado unas botas enormes.
-Y ahora, ¿qué pasa? -le preguntó la rana con voz aguardentosa. Alicia se volvió
dispuesta a quejarse de todo el mundo.
-¿Dónde está el criado que debe responder a la puerta? -empezó a rezongar
enojada.
-¿Qué puerta? -preguntó lentamente la rana. Alicia dio una patada de rabia en el
suelo: le irritaba la manera en que la rana arrastraba las palabras. -¡Esta
puerta, pues claro!
La rana contempló la puerta durante un minuto con sus grandes e
inexpresivos ojos; luego se acercó y la estuvo frotando un poco con el pulgar
como para ver si se le estaba desprendiendo la pintura; entonces miró a Alicia.
-¿Re'ponder a la puerta? -dijo-. ¿Y qué e' lo que la ha estao preguntando? -
Estaba tan ronca que Alicia apenas si podía oír lo que decía.
No sé qué es lo que quiere decir -dijo. -,Ahí va! ¿y no le e'toy halando en
cri'tiano? -replicó la rana-¿o e' que se ha quedao sorda? ¿Qué e' lo que la ha
e'tao preguntando?
-¡Nada! -respondió Alicia impacientemente-. ¡La he estado aporreando!
-Ezo e'tá muy mal..., ezo e'tá muy mal... -masculló la rana-. Ahora se no' ha
enfadao. -Entonces se acercó a la puerta y le propinó una fuerte patada con uno
de sus grandes pies-. U'té, ándele y déjela en paz --jadeó mientras cojeaba de
vuelta hacia su árbol-y ya verá como ella la deja en paz a u'té.
En este momento, la puerta se abrió de par en par y se oyó una voz que cantaba
estridentemente:
Al mundo del espejo Alicia le decía: ¡En la mano llevo el cetro y sobre la
cabeza la corona! ¡Vengan a mí las criaturas del espejo, sean ellas las que
fueren! ¡Vengan y coman todas conmigo, con la Reina roja y la Reina blanca! Y
cientos de voces se unieron entonces coreando: ¡llenad las copas hasta rebosar!
¡Adornad las mesas de botones y salvado! ¡Poned, gatos en el café y ratones en
el té! ¡Y libemos por la Reina Alicia, no menos de treinta veces tres!
Siguió luego un confuso barullo de «vivas» y de brindis y Alicia pensó: --
Treinta veces tres son noventa, ¿me pregunto si alguien estará contando? -Al
minuto siguiente volvió a reinar el mayor silencio y la misma estridente voz de
antes empezó a cantar una estrofa más:
¡Oh criaturas del espejo, clamó Alicia. Venid y acercaros a mí! ¡Os honro con mi
presencia y os regalo con mi voz!
¡Qué alto privilegio os concedo de cenar y merendar conmigo, con la Reina roja y
con la Reina blanca! Otra vez corearon las voces:
¡llenemos las copas hasta rebosar, con melazas y con tintas, o con cualquier
otro brebaje igualmente agradable de beber! ¡Mezclad la arena con la sidra y la
lana con el vino! iY brindemos por la Reina Alicia no menos de noventa veces
nueve!
-iNoventa veces nueve! -repitió Alicia con desesperación-. iAsí no acabarán
nunca! Será mejor que entre ahora mismo de una vez -y en efecto entró; mas en el
momento en que apareció se produjo un silencio mortal.
Alicia miró nerviosamente a uno y otro lado de la mesa mientras avanzaba andando
por la gran sala; pudo ver que habia como unos cincuenta comensales, de todas
clases: algunos eran animales, otros
pájaros y hasta se podían ver algunas flores. -Me alegro de que hayan venido sin
esperar a que los hubiera invitado -pensó- pues desde luego yo no habría sabido
nunca a qué personas había que invitar.
Tres sillas formaban la cabecera de la mesa: la Reina roja y la Reina blanca
habían ocupado ya dos de ellas, pero la del centro permanecía vacía. En esa se
fue a sentar Alicia, un poco azarada por el silencio y deseando que alguien
rompiese a hablar.
Por fin empezó la Reina roja: -Te has perdido la sopa y el pescado --dijo-. ¡Qué
traigan el asado! -Y los camareros pusieron una pierna de cordero delante de
Alicia, que se la quedó mirando un tanto asustada porque nunca se habia visto en
la necesidad de trinchar un asado en su vida.
-Pareces un tanto cohibida: permíteme que te presente a la pierna de cordero -le
dijo la Reina roja-: Alicia..., Cordero; Cordero..., Alicia. --La pierna de
cordero se levantó en su fuente y se inclinó ligeramente ante Alicia; y Alicia
le devolvió la reverencia no sabiendo si debía de sentirse asustada o divertida
por todo esto.
-¿Me permiten que les ofrezca una tajada? -dijo tomando el cuchillo y el tenedor
y mirando a una y a otra reina.
-¡De ningún modo! -replicó la Reina roja muy firmemente-: Sería una falta de
etiqueta trinchar a alguien que nos acaba de ser presentado. ¡Qué se lleven el
asado! -Y los camareros se lo llevaron diligentemente, poniendo en su lugar un
gran budín de ciruelas.
-Por favor, que no me presenten al budín -se apresuró a indicar Alicia-o nos
quedaremos sin cenar. ¿Querrían que les sirviese un poquito? Pero la Reina roja
frunció el entrecejo y se limitó a gruñir severamente: --Budín..., Alicia;
Alicia..., Budín. ¡Que se lleven el budín! -Y los camareros se lo llevaron con
tanta rapidez que Alicia no tuvo tiempo ni de devolverle la reverencia.
De todas formas, no veía por qué tenía que ser siempre la Reina roja la única en
dar órdenes; así que, a modo de experimento, dijo en voz bien alta: -¡Camarero!
¡Que traigan de nuevo ese budín! -y ahí reapareció al momento, como por arte de
magia. Era tan enorme que Alicia no pudo
evitar el sentirse un poco cohibida, lo mismo que le pasó con la pierna de
cordero. Sin embargo, haciendo un gran esfuerzo, logró sobreponerse, cortó un
buen trozo y se lo ofreció a la Reina roja.
-¡¡Qué impertinencia!! -exclamó el budín-. Me gustaría saber, ¿cómo te gustaría [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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