Odnośniki
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Miles se preguntó si la persona que había lanzado la antorcha lo sabía. ¿Se trataba de algún tipo de extraña advertencia o de un ataque particularmente inepto? Si la tienda de campaña hubiera sido de lona común y Miles hubiera estado en ella, el resultado tal vez no habría sido tan insignificante. Peor todavía con los chicos de Karal allí dentro y un fuego brusco y violento... Miles se estremeció. Pym sacó el bloqueador de la funda y se quedó de pie, apoyado en la puerta de entrada. -¿Cuánto tiempo hace? -No estoy seguro. Podría haber estado quemándose así durante diez minutos sin despertarme. Pym meneó la cabeza, respiró un poco, levantó el detector y se lanzó hacia la oscuridad teñida por el fuego. -¿Problemas, milord? -La voz ansiosa del portavoz Karal llegaba desde la puerta de su dormitorio. -Tal vez. Espere... -Miles lo detuvo cuando él se lanzaba ya hacia la puerta-. Pym está revisando el área con un detector y un bloqueador nervioso. Espere a que él diga que todo está bien. Sus chicos están más seguros dentro de la tienda. Karal se acercó a la ventana, retuvo el aliento y lanzó un juramento. Pym volvió en unos minutos. -No hay nadie, por lo menos en el radio de un kilómetro -dijo escuetamente. Ayudó a Karal a levantar el balde de las cabras y acabar con el fuego de la antorcha. Los muchachos, que habían seguido durmiendo con fuego y todo, se despertaron cuando él los sacudió. -Creo que no ha sido una buena idea prestarles la tienda -dijo Miles desde la galería con la voz un poco ahogada-. Lo lamento, de veras, portavoz Karal. No lo pensé. -Esto no debería... -Karal estallaba de rabia y miedo, un miedo que no había podido expresar antes-. Esto no debería haber pasado, milord. Pido disculpas en nombre... en nombre del valle Silvy. -Se volvió y miró hacia la oscuridad, sin saber qué hacer. El cielo de la noche, salpicado de estrellas, hermoso, parecía amenazador. Los muchachos, una vez que los hechos atravesaron su somnolencia, pensaron que era maravilloso y quisieron volver a la tienda a esperar el próximo ataque. La señora Karal, firme y tensa, los llevó dentro y los hizo acostarse en la habitación principal. Pasó una hora antes de que dejaran de quejarse por la injusticia y volvieran a dormirse. Miles, alerta hasta casi enloquecer, no durmió nada. Se quedó quieto y tieso en su jergón, escuchando a Dea, que roncaba, y a Pym, que fingía dormir por cortesía y no parecía respirar. Estaba a punto de sugerirle que se dieran por vencidos y salieran a la galería por el resto de la noche, cuando el silencio se quebró con un grito agudo, muy fuerte, lleno de dolor, que venía de afuera. -¡Los caballos! -Miles se puso de pie en un movimiento espasmódico, con el corazón desbocado, y ganó a Pym en la carrera hacia la escalera. Pym lo pasó dejándose caer por el costado en un salto y llegó a la puerta antes que él. Una vez ahí, sus reflejos de guardaespaldas lo obligaron a tratar de impedir que Miles saliera. Miles casi le mordió. -¡Vaya, maldición! ¡Yo tengo un bloqueador nervioso! Pym, con sus buenas intenciones frustradas, salió por la puerta de la cabaña con Miles pisándole los talones. A medio camino del patio, se movieron uno a cada lado cuando una forma enorme que bufaba apareció en la oscuridad y casi los derribó en su carrera; le yegua alazana, suelta de nuevo. Otro alarido quebró la noche desde el poste en que habían atado a los caballos. -¡Tonto! -llamó Miles, casi enloquecido de pánico. Era Tonto quien hacía esos ruidos, y Miles no había oído nada semejante desde la noche en que se había quemado un cobertizo en Vorkosigan Surleau con un caballo atrapado dentro-. ¡Tonto! Otro alarido y un gruñido, y un ruido como el de alguien que parte un melón con una porra. Pym salió disparado hacia atrás, respirando con dificultad, una especie de tartamudeo sonoro. De pronto, se dejó caer al suelo donde se quedó acostado, encogido sobre sí mismo. No estaba muerto, según parecía, porque entre un jadeo y otro se las apañaba para insultar al mundo con palabras muy fuertes. Miles se dejó caer junto a él, le tocó el cráneo... no, gracias a Dios el casco de Tonto había golpeado sólo el pecho de Pym con ese sonido alarmante, El guardaespaldas se había quedado sin aliento, eso era todo, tal vez tenía una costilla rota. Miles, con más lógica, corrió alrededor de él hacia el frente de las líneas de caballos. -¡Tonto! Gordo Tonto sacudía la cabeza contra la cuerda tratando de retroceder. Volvió a gritar; los ojos bordeados de blanco brillaban en la oscuridad. Miles corrió hasta la gran cabeza. -¡Tonto, muchacho! ¿Qué es? Deslizó la mano izquierda por la cuerda, hacia arriba, hasta el bozal de Tonto y estiró la derecha para acariciar el hombro del caballo y calmarlo. Gordo Tonto se encogió, dejó de hacer fuerza para retroceder y dejó de temblar. Sacudió la cabeza. La cara y el pecho de Miles se habían humedecido de pronto con algo caliente y oscuro y pegajoso. -¡Dea! -aulló Miles- ¡Dea, venga! Nadie dormía ya en medio de ese estruendo. Seis personas salieron a la galería y corrieron por el patio y ninguna de ellas traía una luz... no, el brillo refulgente de una luz fría saltó entre los dedos del doctor Dea, y la señora Karal intentaba encender una lámpara. -¡Dea, traiga esa maldita luz para acá! -exigió Miles y se detuvo para acomodar la voz una octava más abajo, en su tono usual, cuidadosamente cultivado y bien grave. Dea corrió hasta ellos y puso la linterna en manos de Miles jadeante y con la cara blanca. -¡Milord! ¿Le han disparado? -En el brillo de la luz, el líquido negro que mojaba la camisa de Miles se había vuelto súbitamente escarlata. -A mí no -dijo Miles, mirando su pecho con horror. Un recuerdo instantáneo le revolvió el estómago, y sintió frío con la visión de otra muerte ensangrentada, la del sargento Bothari a quien Pym había reemplazado, aunque nunca lo conseguiría. Dea giró en redondo. -¿Pym? -Está bien -dijo Miles. Un zumbido largo se elevó desde el pasto a unos
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