Odnośniki
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Todavía no sé si debiera quemar esta carta, por temor de que caiga en manos indiscretas, porque no solamente habla de Laura en términos que deben ser un secreto entre quien la escribe y yo, sino que se afirma en sus sospechas de que ha sido vigilado desde su llegada a Londres. Reafirma su seguridad de que ha visto de nuevo los rostros de los dos espías de Londres, presenciando en Liverpool su marcha, confundidos entre la multitud, y añade que le pareció oír el nombre de Ana Catherick en el momento de subir al bote que había de llevarle a bordo. Sus propias palabras dicen que el misterio de Ana Catherick no está aclarado, y añade que no la verá más, pero que si se cruza en mi camino aproveche la menor oportunidad que tenga para su dilucidación. Me habla completamente convencido y me ruega que no olvide sus palabras. Naturalmente, yo no olvido ninguna palabra de Walter Hartright, y menos las referentes a Ana. Me doy cuenta de lo peligrosa que puede ser esta carta. No sé en qué manos puede ir a parar. Puedo estar enferma, morirme... Haré mejor quemándola y tendré así una preocupación menos. He quemado la carta. Esta epístola de despedida de un leal corazón es en este momento un montón muy breve de cenizas blancas. ¿Será acaso el triste epílogo de una triste historia? Día 29. Ya han empezado los preparativos de boda. Hoy ha llegado de Londres el modisto que ha de ponerse a las órdenes de Laura. Ella continúa impasible y no ha dado una sola orden. Deja que el modisto y yo dispongamos como mejor queramos de todo. ¿Qué distinta seria su conducta si el novio fuera Walter Hartright? Día 30. Diariamente recibimos noticias de Sir Percival. En su última carta nos dice que las obras del castillo no podrán terminarse hasta muy entrada la primavera. Teniendo en cuenta la delicada salud de Laura y la crudeza del invierno, propone que el viaje de bodas les lleve a Italia, donde residirán hasta el verano. En el caso de que Laura no quiera, está dispuesto, sin embargo, a vivir en Londres, en el hotel que crea más conveniente. Sin tener en cuenta mis sentimientos personales, creo que el primer plan me parece mejor. Es inevitable, en ambos casos, una separación, más larga si van al extranjero. Pero compensa la salubridad del clima, y el natural interés que despertará en ella viajar por un país tan hermoso, donde tantas satisfacciones tendrán sus aficiones artísticas. Parece imposible que yo pueda hablar tranquilamente, y aun escribir, todas estas cosas. Pero es que aun no creo que pueda llegar el día en que mi hermana sea esposa de Sir Percival. Me aterran estas palabras como si en lugar de su boda presenciara su entierro. Día 1 de diciembre. Casi no tengo valor para escribir en este día tan triste. Al darle cuenta a Laura del plan para el viaje de novios, la pobre mira, pues todavía es una niña en muchas cosas, suponiendo que yo la acompañaría a todas partes, se alegró ante la idea de ver las maravillas de Florencia, Roma y Nápoles. Casi se desgarraba mi corazón al tener que privaría de esta ilusión inocente. He intentado hacerla comprender que ningún hombre tolera la presencia de un rival, aunque éste sea una hermana, en los comienzos de la vida conyugal, y sobre todo, en el viaje de bodas. Pero puesto que hemos de vivir siempre juntas, no es conveniente que me busque una antipatía con una imposición ridícula, que, por otra parte, todos habrían de reprobar. Sobre el inocente corazón de Laura he derramado, gota a gota, toda la vulgaridad de los prejuicios sociales. Ahora ya lo sabe todo. Tampoco puede realizarse la última ilusión de su vida de soltera. Aprendió esta lección inevitable y dolorosa, y fui yo quien se la hizo aprender. Se aceptó el primer proyecto. Irían a Italia, y contando yo con el permiso de Sir Percival, habría de esperar su regreso a Inglaterra para unirme a ellos. Por primera vez en mi vida tenía que pedir un favor personal a una persona a quien menos que a nadie tenia interés en deberle alguno. Sin embargo, no importa. Me siento capaz de todo por el bien de Laura. Día 2. Releyendo lo escrito anteriormente, me doy cuenta de que siempre que me refiero a Sir Percival lo hago en los peores términos. Con el curso que tomaron los acontecimientos, debo perder, y acabaré perdiendo, la voluntad que tengo para con él. No sé si la repugnancia que siente Laura en convertirse en su esposa me indispone contra él, o acaso la antipatía perfectamente comprensible de Hartright me han contagiado y me siento injusta con quien ha de pertenecer a mi familia. Acaso la carta de Ana Catherick ha fijado en mi espíritu esta desconfianza, que continúa emboscada todavía, a despecho de la explicación de Sir Percival y de las pruebas que ha dado de la veracidad de ésta. Si me acostumbro a aludir a él con esta actitud indelicada, debo corregirme, y acabaré por rectificar esta tendencia reprobable, aunque me sea preciso fechar este diario pasada la época del casamiento. Día 16. Han transcurrido quince días. Tengo ya escrito mucho en este diario para volver a él con mejores y más confesables opiniones. Por lo menos, así lo espero con respecto a Sir Percival. No hay mucho que recordar con respecto a las dos semanas transcurridas. Los
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